A mi mujer.
Mujer que mi
pecho habitas,
Mujer que mi
pecho dueles,
Mujer que mi
pecho ensombras,
Mujer que mi
pecho siente.
Mujer que en
tu seno estuve,
Mujer que
nací contigo.
Mujer que te
di la vida,
Mujer de mi
juventud alada.
Mujer de mis
sueños blancos.
Mujer de un
querer eterno.
Madre,
hermana, hija, amiga.
Y mujer, mi
cómplice mujer.
Mi compañera,
mi más profundo yo.
Garantía de lo eterno.
Tú que eres
poema en mi despertar,
tú que eres
verso y rincón de paz;
tú que eres
llanto y poesía y lamento
y sonrisa y
mirada y camino y llegada.
Tú, garantía
de lo eterno,
principio y
final sin comienzo ni término.
Tú que dudas
y que temes.
¿Cómo has de
dudar?
Apóyame en
tus labios y no dudes más.
Duérmeme en
tu regazo hasta el final.
Víveme.
Y víveme en
ti y en mí y en los dos
si es que dos
se nos puede llamar.
Preso de tu amor.
Si soy preso
de tu amor
encadéname a
tu mirada,
que tu
palabra sea mi grillete,
que tu
sonrisa, mi condena,
que tu
compaña, mi libertad,
que tu
mañana, mi mañana.
Sí, soy preso
de tu amor,
devuélveme mi
cárcel,
mis barrotes
y mi calma.
¿A qué huele el silencio?
¿A qué huele
el silencio?
Preguntaste aquella vez.
El silencio
huele a tu ausencia
y a tu lado
me quedé.
Tu risa.
Tus ojos son el sendero
que marcan mi camino;
tus ojos, los espejos
que reflejan mi destino.
Tus labios son paradigma
de lo nuevo o cotidiano;
tus labios, el argumento
de mi amanecer temprano.
Tus manos son la armonía
que aplaca mi locura;
tus manos, el ejemplo
que resume tu hermosura.
Tu piel es el terreno
que con mis besos engalano;
tu piel, bandera y patria
de la que soy soberano.
Tus pies desnudos, fuente
de caricias a escondidas;
tus pies que hacen frente
a mi pasión encendida.
Tu pecho es la almohada
donde duerme mi añoranza;
tu pecho es la alborada
que despierta mi esperanza.
Tu nombre es el destino
de mi verso más sincero;
tu nombre que, más que tuyo,
es mi nombre verdadero.
… Y aún no hablé de tu risa…
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