jueves, 28 de enero de 2016

Carta al enemigo desconocido. Carta de paz.

Estimado enemigo:
Perdona el encabezamiento, pero desconozco tu nombre. No sé si es Manuel, Hassan, Dimitri, Abdul o, incluso, el mío propio.
Quería decirte que esta noche el comandante me ha dicho que preparara en mi fusil una bala para ti; que habría de utilizarla mañana apuntando certeramente contra tu pecho o tu cabeza.
Supongo que tu comandante te habrá prevenido ya por si pudiera ocurrir (a nosotros una vez, al inicio de esta guerra que nos ha unido, incluso antes de llegar a este tu país). Y supongo que también te habrá dicho que prepares una bala para mí, que me apuntes donde más daño puedas hacer a mi familia.
Quiero decirte también que no tengo nada contra ti ni contra tu pueblo. Mi comandante dice que sois asesinos, malvados, gente a la que hay que aniquilar a toda costa en pos de nuestros ideales. Unos ideales que no son tan “nuestros”, pues los desconozco en buena parte y, en otra, no los comparto. Lo mismo siente la mayoría de los que me rodean. Sé que hay en los que ha calado su opinión; son casi todos muy jóvenes, casi niños (aunque también alguno metido en años). Creo que los mismos que se convencerían de los ideales opuestos o, incluso, compartirían los de tu comandante si lo escucharan.
Yo no te quiero matar, no quiero dañar a tu familia; no entiendo ni comparto las fronteras, los ideales con oscuros propósitos comerciales o las ideologías de rentas altas que hay que proteger y no tengo más patria que mi familia y mis amigos. Quisiera tener la valentía de ser un cobarde y no disparar, pero dice mi comandante que si no apuntamos y disparamos a vuestras cabezas, seremos unos traidores, peores aún que vosotros y que nos mereceríamos no vuestras balas, sino las suyas propias.
Me pregunto, si te me adelantas y me matas, qué será de los míos, cómo saldrán adelante con mi ausencia en su recuerdo. Me pregunto también, si yo me adelanto y te sobrevivo, qué será de mí con el recuerdo de esa bala, pensando en cómo saldrán adelante los tuyos con el recuerdo de tu ausencia.
Antes de venir a este tu país yo era carpintero. Me gustaba trabajar la madera, acariciarla, soñar el mueble antes de construirlo, imaginar a quienes lo disfrutarían, imaginar incluso que llegaría lejos y que manos como las tuyas acariciarían también esa madera en el futuro. Entre mis compañeros hay más carpinteros y hay campesinos, médicos, maestros y, sobre todo, gente que no tenía trabajo. Todos hemos venido obligados. Eso sí, es curioso, pero no hay ningún banquero, ningún político, ningún gran empresario ni ningún adinerado aunque tampoco tuviera trabajo. Son las profesiones que faltan, aunque me aseguran que ésos son los que toman las decisiones (los de arriba les llaman).
Esta encrucijada en la que me encuentro me está dañando más que tu probable bala. Siento que mi conciencia lucha contra mi fusil. Y sé que, de una u otra forma, no ganaré nada. Perderé en todo caso.
Yo quisiera, estimado enemigo, que mañana no llegara o que pudiera cambiar la bala por un abrazo. Ése sí que apuntaría a tu pecho. Y tu frontera real, que presiento es la misma que la mía, se alegraría de nuestro encuentro. Y tus ideales verdaderos, que presiento son los mismos que los míos, se enriquecerían con nuestro contacto.
No quiero cansarte, tienes que descansar para que mañana puedas esquivar mi bala. Yo también lo haré para intentar esquivar la tuya. ¡Cómo quisiera proponerte que falláramos a propósito!
Estimado enemigo, te deseo lo mejor a ti y los tuyos. Y a vuestras familias. Ojalá se cumpliera mi deseo y mañana nuestras conciencias siguieran limpias y nuestro abrazo pudiera ser más fuerte que fronteras, ideales de los de arriba, balas y oscuras pretensiones ajenas a nosotros. Que nuestro abrazo saliera victorioso, que venciera ésta y todas las guerras. Que todos perteneciéramos al mismo ejército: al de la paz.