A mis hijos.
Si los hijos
se escogieran por elección
rebuscaría
hasta el último rincón
de la
historia de la humanidad.
Y juro que
daría con vosotros.
Los hijos se
escogen por vocación
y ahí y aquí
estáis los dos.
Hijos de la
carne y del alma,
del
sentimiento y del amor.
Hijos de cada
día y de cada noche,
de cada sueño
perdido,
de cada sueño
encontrado.
Hijos que
sois el sueño
rehabilitado.
Por elección
escogí a vuestra madre;
ella me
eligió a mí
y juntos os
soñamos.
A mi hijo Javier.
Guardo
infinito recuerdo de tu niñez,
de aquellas
horas robadas a la noche
por
contemplar tu cara adormecida
contra mi
pecho, contra mi piel.
Guardo
infinito recuerdo de aquellos años
donde el
padre se tornaba gigante
y el hijo, el
pensamiento alegre.
Disfruto
contigo de cada día,
de cada
momento, de cada lugar compartido.
Algún día
cuidarás de mis arrugas
como lo hice
yo de tus encías desnudas.
Y, cuando
parta, conmigo llevaré
un infinito
recuerdo de este querer.
A mi hija Beatriz.
El llavero de
mi corazón
nació un día
de mayo.
¡Cuánta
alegría, cuánto fulgor!
¡Cuánta
emoción!
Creció como
lo hacen los girasoles,
mirando
siempre en derredor,
buscando
respuestas a tantas dudas
que compartía
con mi ilusión.
Mañana será
el campo donde mi flor
marchite con
el tiempo y repose
y descanse y
se compense mi alma
siempre llena
de su amor.
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