domingo, 20 de septiembre de 2015

A mis padres.



Padre del alma.
Aquella figura grande, tan grande,
con aquellas manos de algodón
que trabajaron la caricia en mi rostro;
y con aquel corazón enorme
que me enseñó a seguir sus pasos
un día se fue para siempre,
aunque para siempre se quedó en mí
y en los que lo amamos.
Aquella figura grande
de ojos amables,
figura rebosante de cariño
que tanto pasea por mis sueños
y mi recuerdo.
Quizás no supe demostrarle
cuánto lo quería, cuánto lo admiraba,
qué cerca lo sentía incluso en la distancia.
Quizás él sí supo verlo,
sentirlo, agradecerlo.
Figura grande, padre del alma,
ya te has ido, ¡pero estás tan cerca!
Que mis manos, algún día,
se acerquen a aquel algodón tuyo,
que mi corazón sea digno de tu recuerdo
y tu enseñanza, para mis hijos,
el mejor ejemplo.




A mi madre en su hora amarga.
Ya no le queda sitio para más pena,
tiene ocupada el alma en esta condena
de no tenerlo,
de no encontrarlo sino en las azucenas.

Reliquias de un pasado habitan su mente
que vino y se le fue tan de repente.
¡Qué pena grande!
Que le cambió por llanto hasta la sangre.

En un silencio largo ya te has sumido
rememorando siempre lo junto a él vivido.
¡Qué pena, madre,
que no puedas tener ya contigo a padre!

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