A ELISA
Nunca te amé tanto
como cuando no te conocía,
cuando no eras más que un suspiro
en una tarde lluviosa.
Nunca te amé tanto
como cuando, conociéndote, no te tenía,
cuando eras del aire, de la gente, pero no mía.
Nunca te amé tanto
como cuando me descubriste,
me miraste y me sonreíste.
Nunca te amé tanto
como cuando te besé por primera vez
y nuestros labios
fueron la boca
de
un solo volcán.
Nunca te amé tanto
como cuando nos hicimos uno
y se nos olvidaron nuestros nombres
y nuestros cuerpos.
Nunca te amé tanto
como cuando me diste los hijos
y en ellos perpetuamos lluvia,
aire,
sonrisa y volcán.
Nunca te amé tanto
como ahora que nieva en tu pelo
y compartes
conmigo
la escarcha del
tiempo.
Nunca te amé tanto
como en este poema que ahora escribo
y desde antes de conocerte vivo.
Nunca te amé tanto
como mañana cuando te
hayas ido
o sea yo quien se hubiere marchado
sin que lo
queramos.
Nunca te amé tanto
y,
mientras tanto,
¡tanto
te amé!
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