Enlace a la entrevista.
Mi más sincero agradecimiento a esta web por su atención.
viernes, 29 de enero de 2016
jueves, 28 de enero de 2016
Carta al enemigo desconocido. Carta de paz.
Estimado
enemigo:
Perdona
el encabezamiento, pero desconozco tu nombre. No sé si es Manuel,
Hassan, Dimitri, Abdul o, incluso, el mío propio.
Quería
decirte que esta noche el comandante me ha dicho que preparara en mi
fusil una bala para ti; que habría de utilizarla mañana apuntando
certeramente contra tu pecho o tu cabeza.
Supongo
que tu comandante te habrá prevenido ya por si pudiera ocurrir (a
nosotros una vez, al inicio de esta guerra que nos ha unido, incluso
antes de llegar a este tu país). Y supongo que también te habrá
dicho que prepares una bala para mí, que me apuntes donde más daño
puedas hacer a mi familia.
Quiero
decirte también que no tengo nada contra ti ni contra tu pueblo. Mi
comandante dice que sois asesinos, malvados, gente a la que hay que
aniquilar a toda costa en pos de nuestros ideales. Unos ideales que
no son tan “nuestros”, pues los desconozco en buena parte y, en
otra, no los comparto. Lo mismo siente la mayoría de los que me
rodean. Sé que hay en los que ha calado su opinión; son casi todos
muy jóvenes, casi niños (aunque también alguno metido en años).
Creo que los mismos que se convencerían de los ideales opuestos o,
incluso, compartirían los de tu comandante si lo escucharan.
Yo
no te quiero matar, no quiero dañar a tu familia; no entiendo ni
comparto las fronteras, los ideales con oscuros propósitos
comerciales o las ideologías de rentas altas que hay que proteger y
no tengo más patria que mi familia y mis amigos. Quisiera tener la
valentía de ser un cobarde y no disparar, pero dice mi comandante
que si no apuntamos y disparamos a vuestras cabezas, seremos unos
traidores, peores aún que vosotros y que nos mereceríamos no
vuestras balas, sino las suyas propias.
Me
pregunto, si te me adelantas y me matas, qué será de los míos,
cómo saldrán adelante con mi ausencia en su recuerdo. Me pregunto
también, si yo me adelanto y te sobrevivo, qué será de mí con el
recuerdo de esa bala, pensando en cómo saldrán adelante los tuyos
con el recuerdo de tu ausencia.
Antes
de venir a este tu país yo era carpintero. Me gustaba trabajar la
madera, acariciarla, soñar el mueble antes de construirlo, imaginar
a quienes lo disfrutarían, imaginar incluso que llegaría lejos y
que manos como las tuyas acariciarían también esa madera en el
futuro. Entre mis compañeros hay más carpinteros y hay campesinos,
médicos, maestros y, sobre todo, gente que no tenía trabajo. Todos
hemos venido obligados. Eso sí, es curioso, pero no hay ningún
banquero, ningún político, ningún gran empresario ni ningún
adinerado aunque tampoco tuviera trabajo. Son las profesiones que
faltan, aunque me aseguran que ésos son los que toman las decisiones
(los de arriba les llaman).
Esta
encrucijada en la que me encuentro me está dañando más que tu
probable bala. Siento que mi conciencia lucha contra mi fusil. Y sé
que, de una u otra forma, no ganaré nada. Perderé en todo caso.
Yo
quisiera, estimado enemigo, que mañana no llegara o que pudiera
cambiar la bala por un abrazo. Ése sí que apuntaría a tu pecho. Y
tu frontera real, que presiento es la misma que la mía, se alegraría
de nuestro encuentro. Y tus ideales verdaderos, que presiento son los
mismos que los míos, se enriquecerían con nuestro contacto.
No
quiero cansarte, tienes que descansar para que mañana puedas
esquivar mi bala. Yo también lo haré para intentar esquivar la
tuya. ¡Cómo quisiera proponerte que falláramos a propósito!
Estimado
enemigo, te deseo lo mejor a ti y los tuyos. Y a vuestras familias.
Ojalá se cumpliera mi deseo y mañana nuestras conciencias siguieran
limpias y nuestro abrazo pudiera ser más fuerte que fronteras,
ideales de los de arriba, balas y oscuras pretensiones ajenas a
nosotros. Que nuestro abrazo saliera victorioso, que venciera ésta y
todas las guerras. Que todos perteneciéramos al mismo ejército: al
de la paz.
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